En tantos
años de consultorio, en mi experiencia como psicoterapeuta familiar, la relación más dañada, profundamente
dañada es la relación madre/hija. La
gran herida en la hija, es la madre del Patriarcado.
“La niña
aprende de su madre a contemplarse a si misma a través de la mirada del hombre”
“El
hecho de que la niña viva la relación con las mujeres sólo a través del hombre,
con esta especie de filtro que hay entre ella y la madre, es la razón más
profunda de la división que encontramos entre una mujer y otra mujer; las
mujeres estamos divididas en nuestra historia desde siempre, no sólo porque
cada una de nosotras está unida socialmente a su propio marido, a los hijos –este
es el aspecto visible de la separación-, la división se da a un nivel más
profundo, al no conseguir mirarnos la una a la otra, al no ser capaces de
contemplar nuestro cuerpo sin tener siempre presente la mirada del hombre.”
Lea
Melandri
Es necesario hacer conciente esta
triangulación vincular, por la cual las mujeres quedamos
invisibilizadas, rivalizando, compitiendo, enfrentadas, roto el vínculo de esa
simbiosis inicial de la vida, que es la relación madre-hija por la mirada
masculina patriarcal.
Según Mary Daly
en “Gin-Ecología”:“Cegadas y
des-alentadas por estas ataduras mentales, las hijas sienten enojo por la
impotencia de sus madres ante el dominio patriarcal. Y sin embargo, el tirón
hacia la madre siempre está presente: la hija la busca por doquiera. Deméter y
Perséfone se buscan una a otra en todos los sitios equivocados, en rostros
extraños y, lo más trágico de todo, en el varón . Las hijas buscan la madre
perdida en sustitutos masculinos, volviéndose hacia ellos en busca de la divina
chispa de estímulo que ellos no poseen ni pueden dar , ya que es la legítima
herencia de nuestro propio género”
El rol materno, tan dañado y tan sufrido por todas,
este rechazo activo a ese modelo de mujer. Modelo que se despliega en una
multiplicidad de subtipos, en un abanico
que va desde la sumisión, esa madre que sólo tiene ojos para el padre, en
desmedro de sus hijos, a la madre
abnegada, la madre incondicional, que renuncia y posterga en todo por el
bienestar de su familia. El prototipo de la víctima, la madre enferma que
responsabiliza a todos por su infelicidad. En el otro extremo del abanico, la
madre violenta, modelo que se observa también en el arquetipo de la madre oscura de los cuentos de hadas : la madrastra, la
bruja, o maléfica.
En síntesis, es la madre que reproduce los valores
de una cultura misógina, que reprime, condena, mutila, excluye, abandona y
desprecia a sus hijas mujeres. Madres
que avalan en complicidad las violencias
y abusos masculinos patriarcales. El matriarcado que existe por detrás del
patriarcado, como esa lucha de poder, las mujeres monopolizando el poder del
hogar o lo doméstico, mientras los varones lo despliegan en el ámbito público. Hijas que ya no denuncian a sus padres sino a
ellas, porque no se pudieron defender a si mismas, ni las pudieron defender.
Hijas que heredan de sus madres una herida que imprimirá varias generaciones de
mujeres. Madres entregadoras, represoras, violentas también…
Mi tarea
central como terapeuta ha sido
ayudar a construir una mirada comprensiva y compasiva hacia esas mujeres, nuestras madres, para entender los avatares de un
tiempo histórico, donde se vieron forzadas por supervivencia, por adaptación,
por ignorancia a reproducir las aberraciones de las cuales fueron víctimas
también. Sólo una mirada desde la
aceptación y el perdón nos va a permitir reconciliarnos con lo que nuestras
madres han podido, con la tragedia que les tocó vivir.
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