Cinco veces mi vientre se llenó de luz, de
esperanza, de vida, de latidos… y tres veces se vació del golpe, incontrolable,
sin poder detenerlo.
Si, tengo dos hijas en el plano físico,
Camila y Magdalena y tres hijos en el plano del espíritu. Tres embarazos
perdidos, tres abortos espontáneos en el primer trimestre. Diagnóstico
“abortadora compulsiva”, me dijo una vez un doctor junto con el de madre añosa
cuando buscaba a mi última hija ya con más de 35 años. Uf, cuanta basura sumada
al dolor que dejan esos vacíos.
Por eso esta propuesta de poder escribir mi
experiencia con la pérdida de estos hijos para poder compartir y acompañar a
otras mujeres me pareció maravillosa y enseguida dije: “Si, yo quiero estar
ahí”.
Que puedo decir hoy, que recuerdo todo ese
proceso con tristeza y con la inmensa alegría de haberlo vivido y transitado.
Claro está que finalmente nació nuestra última hija y eso sin quererlo repara
todos los dolores. Pero bueno, así fue mi experiencia y hoy agradezco cada
momento transitado que fue de gran aprendizaje.
Sus nombre son Tomás, Sebastián y Micaela….
Siempre creí que eran tres varones, pero en un viaje del espíritu a su
encuentro me encontré con que la última había sido una mujer, y en ese viaje me
dieron sus nombres.
Cada hijo que se fue no solo trajo el dolor,
ese dolor desgarrador cuando no es posible retenerlo, y sentía que poco a poco
se iban de mi vientre junto con mi llanto y mi enojo, sino que cada uno me hizo
más fuerte, más sensible, y vinieron a mí, como cualquier otro hijo, a
mostrarme y hacerme trabajar con lo que no quería ver ni mirar. Porque a eso
vienen los hijos, se los digo por si alguna todavía cree que en las imágenes de
publicidad de pañales, donde las madres siempre felices con sus niñitos en
brazos y radiantes son puro amor y bondad. Noooo, jajaja, los hijos vienen para
que trabajemos en nuestra sombra, y claro a cambio nos llenan de besos y mimos
y esa es la recompensa por el gran trabajo que nos hacen hacer. Y tanto los
hijos nacidos como los que no, no se privan de hacernos trabajar. Entender eso
me abrió el camino a que el llanto y la frustración pasaran a ser otra cosa, ya
que no se trataba de que ellos estuvieran o no para darme los besos y los
mimos, se trataba de escucharlos igual, de atender a lo que me estaban
mostrando y ocuparme de eso. Y mirarlo así hizo y hace sentido a su paso por mi
vientre. Hoy no siento que haya perdido tres embarazos, aunque a veces lo digo
así para que otros entiendan más fácil, sino que siento que tengo 5 hijos y que
cada uno genera en mí un aprendizaje distinto.
Los hijos no nacidos me han hecho trabajar
más desde adentro, con las puertas cerradas, donde otros casi no ven. Me han
hecho trabajar sobre mi Ego… el”¿ por qué a mí ¿era una frase que iba y venía
en mi cabeza. Hasta que el ¿ por qué no a mi?”, me abrió a sentirme parte de
todo lo que puede pasar. ¿Qué me hacía creer que había cosas que a mí no me
iban a pasar?¿Y qué me hacía creer que había cosas que a mí me pasaban por un
por qué en especial?
Un día sentí que las cosas muchas veces
simplemente pasan, que no se trataba de mirarme todo el tiempo el ombligo, sino
de saberme una más, igual al resto, donde todo, absolutamente todo podía
pasarme y dentro de eso perder embarazos más de una vez. No puedo explicar el
alivio que me generó darme cuenta de eso, y mi necesidad de control para que
todo esté bien aflojó inmediatamente, sabiendo que no sabía lo que la vida
podía brindarme, pero que de lo único que sí sabía era de mi enorme
agradecimiento por estar viva, y que el dolor y la frustración eran parte de
ese maravilloso regalo.
Después de este aprendizaje vino la gracia
de Camila, hermosa, bella.
Años después buscamos un nuevo hijo que
también se fue de mi vientre a los pocos meses. Y en el quirófano, cuando
tenían que hacerme un legrado tenía el pleno convencimiento de que iba a morir
en esa intervención, así que antes de la anestesia, con todo el temor por dejar
una hija viva pequeñita, me encomendé a Hécate, la madre de las brujas para que
me dé su mensaje.
Y fueron tan claras sus palabras. Recuerdo
que me dijo si estaba dispuesta a dar mi vida por traer otra vida al mundo. Que
engendrar no era un juego, que mi vida podía irse y que tenía que ser
plenamente consciente de esa posibilidad si quería buscar otro hijo. Para mí
eso fue revelador, por primera vez tomé consciencia de todo lo que exponía mi
vida en la búsqueda de un nuevo embarazo. Algo que sabemos, obvio, pero de lo
que no se habla y de lo que no se tiene plena consciencia cuando buscamos un
hijo. Y ahí sentí una vez más que mi Ego se desarmaba, que sí en verdad estaba
dispuesta a traer una nueva vida… y mi respuesta fue sí. Y así tranquila me dormí con la anestesia.
Poco tiempo después la vida volvió a anidar
en mi vientre y así como vino, decidió irse nuevamente. Una vez más el dolor,
la frustración y la impotencia se apoderaban de mí, ya ahora sin miedo, pero
con mucho enojo. Y empecé todo un camino de sanación haciéndome cargo de mi
enojo y no referenciándolo por el bebé que no llegó. Me ocupé de mi enojo con
los hombres, de mis enojos por los dolores que todavía cargada de la última
Dictadura Militar en nuestro país cuando yo era pequeña, de los enojos con mis
padres, en fin… infinidad de enojos que no había mirado más que de reojo.
Y así fue como más de un año después
volvimos a buscar un nuevo hijo y llegó Magdalena, un nuevo solcito a nuestra
vida.
De todo esto hace ya más de 10 años.
Decidimos no tener más hijos. Yo ya tenía 36 años y sentíamos con nuestro
compañero que los hijos en nosotros venían así, y que probablemente el próximo no naciera… y en
verdad sentimos en ese momento que ya era suficiente y que nuestro crecimiento
seguiría de otras formas y a través de las hijas que están en el plano físico.
Sin embargo yo sigo sintiendo que estos tres
pequeños, que apenas anidaron en mi vientre 8 semanas me siguen acompañando y
enseñando y que son un gran valor para mí en mi misión de acompañar a otras
mujeres en el camino del espíritu.
Y siempre me encuentro aprendiendo algo más
de estos hijos, de estas vivencias. Y estoy segura que esta posibilidad de
aprender de todo lo que significó el paso de ellos por mi vientre va a seguir
siendo siempre, porque al fin y al cambio somos madres de nuestros hijos hasta
nuestra propia muerte y aún más allá. Así que el aprendizaje aunque ellos no
estén en lo cotidiano conmigo, sigue siendo. Benditos sean!!!!
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