martes, 21 de junio de 2016

Gracias Cecilia, mamá de Malena, por compartir tu testimonio !

Buscamos y esperamos a nuestra segunda hija con mucho amor, esperanza y alegría.
 El 26 de mayo del 2015, a los 5 meses y medio,  en una ecografía de rutina le diagnosticaron una patología muy compleja que de sobrevivir, tendría una calidad de vida condicionada a millones de intervenciones médicas.
 De urgencia nos derivaron al día siguiente al consultorio de alto riesgo fetal, fueron 24 hs eternas, donde nos informamos, lloramos y nos abrazamos hasta el infinito. La respuesta a la que siempre llegábamos  a la misma; no queríamos una vida de dolor para nuestra querida hija.
Esa noche le pusimos el nombre, Malena, le dimos identidad a nuestro bebé, ya que en esa ecografía también nos enteramos que iba a ser una nena. Le dimos identidad a ese bello ser que nos interpelaba en lo profundo.
Al día siguiente, en el consultorio de la fría  “especialista”, quién nos detalló cual receta de cocina los procedimientos cínicos de rutina a los que se somete a un recién nacido con la patología de Malena, sin esperanzas de que el pronóstico mejore, sino que las intervenciones serían para que no empeore, lo que tampoco se podría garantizar. La decisión era nuestra.
Y como papá y mamá de Malena la sentimos en el corazón. Sentimos que de alguna manera esta almita nos había elegido como padres y que de alguna manera teníamos que protegerla de un dolor horrible, que la mejor experiencia de vida que podíamos darle era ésta, la vida intrauterina… llena de amor y bienestar.
Si bien nuestra decisión se enmarcaba en el encuadre legal, fue difícil encontrar el lugar donde nos comprendiesen y acompañasen.  Fue un recorrido duro, donde nos acompañaron decenas de compañeros, amigos, conocidos , médicos, funcionarios provinciales (que nos llamaban como a cualquier vecino, resonando con nuestro pedido)… llamados de todo tipo, a cualquier hora, todos sin respuesta.
Esa semana, hicimos dibujos, galletitas y preparamos un disfraz para que nuestra hija festejase con sus amigos el día de los jardines de infantes, con algunas ausencias, tratamos de que no se pierda nada del jardín… Recibimos amigos, hermanos, cuñadas, sobrinos, mamás y papás… todos pasaron por casa… Tocamos la guitarra y el bandoneón nuevo de Vicky… De alguna  manera  todos vinieron a despedirse, todos nos ayudaron, nos abrazaron, nos cuidaron y apoyaron hasta el infinito, todos.
Le canté a Malena hasta dormirme todas las noches, compartimos un auricular y escuchamos la música, esa que nos gustaba a las dos. Le puse la canción que elegí cuando me enteré que estaba embarazada, hasta el cansancio. Esa que pensaba cantarle para dormirla entre mis brazos. Muchas veces la escuchamos, no sé cómo si hubiese querido  que se le grave en el alma tanta melodía linda. Le cante canciones de cuna y de alguna manera esos días, la acuné, bailamos y nos mimamos. Conectamos más profundo, nos tocamos de corazón a corazón.
Finalmente un tanto desesperanzados, llegó el llamado de alguien que de verdad podría acompañarnos en el tramo final, que nos orientó y la guerreó con nosotros.
Finalmente  teníamos cita ese sábado en el Hospital. La noche anterior… noche, madrugada… mañana… la pasamos los tres… poniéndole música a Malena, contándole historias y cuentos de mariposas libres que volaban felices…
 Y así fue todo ese sábado en el Hospital, donde nos recibieron personas increíbles, que nos alojaron, nos cuidaron y trataron bien. Claro en el hospital, las habitaciones son compartidas y mi compañero no pudo estar conmigo, entraba de a ratos cuando se podía.
 Ese día lo compartí con dos compañeras… una que había parido la noche anterior, y que había que darle ánimo con la lactancia, y otra muy jovencita que estaba con pérdidas y que finalmente, lo perdió a un embarazo de 9 semanas y que se fue después del medio día a festejar el cumpleaños de una de sus seis hijas.
 Yo seguí escuchando música como un refugio, un auricular para mí, otro para Male. La tristeza y el dolor físico fueron intensos, pero de alguna manera sentía que valían la pena… finalmente fue el horario de visita y como si Male estuviese esperando a su papá… ahí se fue… y le deseamos buen viaje y la despedimos juntos de la mano, agarrados fuerte, nos dimos un beso y estuvimos ahí…
Después lo que me acuerdo es que me llevaron al quirófano, donde hasta la anestesista fue recontra respetuosa y amorosa conmigo… y dormí tanto como lo necesitaba mi cuerpo.
Esa noche nos volvimos a casa, raros… Al otro día llegó nuestra hija Victoria, que si bien sabía que su hermanita no iba a llegar, al vernos comprendió todo. Lloramos los tres, nos abrazamos y todo estuvo bien.
A la semana me reintegré al trabajo, respiré profundo y volví, ahí donde podía seguir ayudando y apoyando a las mujeres en situaciones difíciles.
Vicky comenzó teatro y tela, como si yo necesitara recursos externos que me ayuden a sostenernos. Sus profes la hicieron feliz y nosotras volvimos a juntar hojitas y a abrazar a los árboles.
Fue un año de crecimiento para todos… Vicky nos habilitó caminos hermosos para transitar, eso que no había podido ser, eso que fue de otra manera. Me propuso ponerle el cuerpo a sus juegos, donde se jugaba la vida.
Todavía con Malena nos seguimos despidiendo de ese encuentro… De esas ganas de más con las que nos quedamos. Nos tocó ser papás de Malena ese poquito rato… ese poquito rato que nos cambió la vida y nos hace mirar para delante de otra manera…
Cecilia . 20/5/2016



1 comentario:

  1. Luego de leer este relato, comprendo en su profunda verdad esta frase: Dejar ir es un acto de amor.Y vaya que lo fue. Cuanta valentía en ese amor!!! Bendecida sea esa familia

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