Perder un hijo, ponerle alas al amor.
Cuando se pierde un hijo se muere junto con él
una parte de uno. EL dolor es profundo e intenso indescriptible, inigualable…
porque es intangible. Las lágrimas infinitas… a uno le llueve por dentro y por fuera. Y si no hubiese sido
porque la bella María Andrea García Medina me pide que lo escriba, quizás nunca hubiese buscado
las palabras para hacerlo.
Sin embargo, no es la primera vez que hablo
de Anastasia. Ella y yo seguimos juntas pero separadas. Mi princesa perdida, volvió
al centro de la energía con 5 y medio meses de gestación. Su experiencia había terminado justo cuando
la mía estaba comenzando. Mi cuerpo ya había cambiado, mis hormonas y mi
corazón también.
Y una
noche su corazón se detuvo para siempre… y una parte del mío también. Pero no
fue sino años después que logre conciliar esa parte de mí. Un nudo infinito se
había hecho en mi alma enredada en rabia y dolor. Y cuando por fin desaté el
nudo, le puse alas y las dos nos liberamos.
La vida más tarde me recompensó la travesía
con dos hermosos pequeños y maravillosos seres que me acompañan hoy: Santiago
de 4 años y Laia de 2.
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