Buscamos y esperamos a nuestra segunda hija con mucho
amor, esperanza y alegría.
El 26 de mayo del
2015, a los 5 meses y medio, en una
ecografía de rutina le diagnosticaron una patología muy compleja que de
sobrevivir, tendría una calidad de vida condicionada a millones de
intervenciones médicas.
De urgencia nos
derivaron al día siguiente al consultorio de alto riesgo fetal, fueron 24 hs
eternas, donde nos informamos, lloramos y nos abrazamos hasta el infinito. La
respuesta a la que siempre llegábamos a
la misma; no queríamos una vida de dolor para nuestra querida hija.
Esa noche le pusimos el nombre, Malena, le dimos
identidad a nuestro bebé, ya que en esa ecografía también nos enteramos que iba
a ser una nena. Le dimos identidad a ese bello ser que nos interpelaba en lo
profundo.
Al día siguiente, en el consultorio de la fría “especialista”, quién nos detalló cual receta
de cocina los procedimientos cínicos de rutina a los que se somete a un recién
nacido con la patología de Malena, sin esperanzas de que el pronóstico mejore,
sino que las intervenciones serían para que no empeore, lo que tampoco se
podría garantizar. La decisión era nuestra.
Y como papá y mamá de Malena la sentimos en el corazón.
Sentimos que de alguna manera esta almita nos había elegido como padres y que
de alguna manera teníamos que protegerla de un dolor horrible, que la mejor
experiencia de vida que podíamos darle era ésta, la vida intrauterina… llena de
amor y bienestar.
Si bien nuestra decisión se enmarcaba en el encuadre
legal, fue difícil encontrar el lugar donde nos comprendiesen y acompañasen. Fue un recorrido duro, donde nos acompañaron
decenas de compañeros, amigos, conocidos , médicos, funcionarios provinciales
(que nos llamaban como a cualquier vecino, resonando con nuestro pedido)…
llamados de todo tipo, a cualquier hora, todos sin respuesta.
Esa semana, hicimos dibujos, galletitas y preparamos un
disfraz para que nuestra hija festejase con sus amigos el día de los jardines
de infantes, con algunas ausencias, tratamos de que no se pierda nada del
jardín… Recibimos amigos, hermanos, cuñadas, sobrinos, mamás y papás… todos
pasaron por casa… Tocamos la guitarra y el bandoneón nuevo de Vicky… De alguna manera todos
vinieron a despedirse, todos nos ayudaron, nos abrazaron, nos cuidaron y
apoyaron hasta el infinito, todos.
Le canté a Malena hasta dormirme todas las noches,
compartimos un auricular y escuchamos la música, esa que nos gustaba a las dos.
Le puse la canción que elegí cuando me enteré que estaba embarazada, hasta el
cansancio. Esa que pensaba cantarle para dormirla entre mis brazos. Muchas
veces la escuchamos, no sé cómo si hubiese querido que se le grave en el alma tanta melodía
linda. Le cante canciones de cuna y de alguna manera esos días, la acuné,
bailamos y nos mimamos. Conectamos más profundo, nos tocamos de corazón a
corazón.
Finalmente un tanto desesperanzados, llegó el llamado de
alguien que de verdad podría acompañarnos en el tramo final, que nos orientó y
la guerreó con nosotros.
Finalmente
teníamos cita ese sábado en el Hospital. La noche anterior… noche,
madrugada… mañana… la pasamos los tres… poniéndole música a Malena, contándole
historias y cuentos de mariposas libres que volaban felices…
Y así fue todo
ese sábado en el Hospital, donde nos recibieron personas increíbles, que nos
alojaron, nos cuidaron y trataron bien. Claro en el hospital, las habitaciones
son compartidas y mi compañero no pudo estar conmigo, entraba de a ratos cuando
se podía.
Ese día lo
compartí con dos compañeras… una que había parido la noche anterior, y que
había que darle ánimo con la lactancia, y otra muy jovencita que estaba con
pérdidas y que finalmente, lo perdió a un embarazo de 9 semanas y que se fue después
del medio día a festejar el cumpleaños de una de sus seis hijas.
Yo seguí
escuchando música como un refugio, un auricular para mí, otro para Male. La
tristeza y el dolor físico fueron intensos, pero de alguna manera sentía que
valían la pena… finalmente fue el horario de visita y como si Male estuviese
esperando a su papá… ahí se fue… y le deseamos buen viaje y la despedimos
juntos de la mano, agarrados fuerte, nos dimos un beso y estuvimos ahí…
Después lo que me acuerdo es que me llevaron al
quirófano, donde hasta la anestesista fue recontra respetuosa y amorosa
conmigo… y dormí tanto como lo necesitaba mi cuerpo.
Esa noche nos volvimos a casa, raros… Al otro día llegó
nuestra hija Victoria, que si bien sabía que su hermanita no iba a llegar, al
vernos comprendió todo. Lloramos los tres, nos abrazamos y todo estuvo bien.
A la semana me reintegré al trabajo, respiré profundo y
volví, ahí donde podía seguir ayudando y apoyando a las mujeres en situaciones
difíciles.
Vicky comenzó teatro y tela, como si yo necesitara
recursos externos que me ayuden a sostenernos. Sus profes la hicieron feliz y
nosotras volvimos a juntar hojitas y a abrazar a los árboles.
Fue un año de crecimiento para todos… Vicky nos habilitó
caminos hermosos para transitar, eso que no había podido ser, eso que fue de
otra manera. Me propuso ponerle el cuerpo a sus juegos, donde se jugaba la
vida.
Todavía con Malena nos seguimos despidiendo de ese encuentro…
De esas ganas de más con las que nos quedamos. Nos tocó ser papás de Malena ese
poquito rato… ese poquito rato que nos cambió la vida y nos hace mirar para
delante de otra manera…
Cecilia . 20/5/2016
Luego de leer este relato, comprendo en su profunda verdad esta frase: Dejar ir es un acto de amor.Y vaya que lo fue. Cuanta valentía en ese amor!!! Bendecida sea esa familia
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